Las mascaras son demasiado utilizadas en estos tiempos, donde crear una imagen nuestra como la deseamos es posible gracias a las redes sociales. En la búsqueda constante de aprobación, del miedo al qué dirán y de las reacciones de los otros, los seres humanos nos hemos escondido en un mundo de máscaras, que vamos construyendo incluso desde que somos niños para agradar inicialmente a papá y mamá y en la medida en que el círculo social se va expandiendo, entonces agradar a los amigos y otras personas con las que nos vamos relacionando, pero se nos olvida agradar a Dios.


La mayor parte de nuestra vida tratamos de encontrar la forma de entrar al circulo de ganadores y permanecer ahí el mayor tiempo posible. Crecí creyendo que esa era la meta de la vida: “Entrar al circulo de ganadores, donde podría celebrar con otros ganadores la vida de perfección, y evitar el circulo de perdedores tanto como fuera posible”. Recibimos este mensaje todo el tiempo, no solo de la cultura en la que crecimos, sino también de la iglesia. La idea cultural del circulo de ganadores tiende a incluir cosas como una casa bonita, hijos buenos, creernos perfectos o un trabajo ideal.  La versión de la iglesia incluye ser bueno, moral, respetable, espiritualmente exitoso, tener dones atractivos y lo que implica es que solo los realmente llenen estas expectativas son los que en verdad dan la talla en el grupo de ganadores.


El ser ganador tiene la tendencia a ser superficial, arrogante y completamente dependiente de si mismo, casi siempre le gusta criticar y emitir juicio. Hay muy poco dar o compartir. Hay poca autenticidad. Y muy frecuentemente terminas sintiendo como si acabaras de ganar un paquete llamado éxito, que termino pesando una tonelada pero que esta completamente vacío. También he estado en suficientes círculos de perdedores con personas que estaban experimentando dolor, sufrimiento y desilusión, llenos de pecado. Mientras que las personas en el circulo de ganadores son notorias por sus criticas, la gente quebrantada en el circulo de perdedores es un poco mas renuente a juzgar. Sus errores y fracasos les recuerdan que todos dependemos de la misericordia de Dios. 


Lo que a muchos nos hace falta es ser auténticos y genuinos los unos con los otros o con nosotros mismos lo que hace tan difícil que reconozcamos el regalo de la restauración que Dios nos ofrece. La cultura en la que vivimos hoy en día designa demasiadas expectativas sobre como luce el éxito. Nuestras comunidades cristianas instituyen estándares que ningún ser humano puede cumplir coherentemente. 


Entonces ¿Qué hacemos? Con demasiada frecuencia, nos escondemos. Pretendemos ser algo que no somos, nos sumergimos en una falsa realidad. Podemos “fingir que como tu nadie” pretendiendo ser un ganador, aunque sospechamos que no lo somos. Podemos ocultar nuestro dolor, pecado y sufrimiento escapando hacia una conducta adictiva. O, tal vez simplemente podemos adoptar el habito de no dejar que nadie incluyéndonos a nosotros mismos sepa quienes somos realmente o con que estamos luchando en realidad. 


Jesús hace hincapié en la importancia de la autenticidad a lo largo de los cuatro evangelios. Uno de mis pasajes preferidos se encuentra en una parábola que cuenta la historia de dos hombres que fueron a orar: 


Lucas 18:9-12

9 luego Jesús contó la siguiente historia a algunos que tenían mucha confianza en su propia rectitud y despreciaban a los demás: 10 «Dos hombres fueron al templo a orar. Uno era fariseo, y el otro era un despreciado cobrador de impuestos. 11 El fariseo, de pie, apartado de los demás, hizo la siguiente oración:[b] “Te agradezco, Dios, que no soy como otros: tramposos, pecadores, adúlteros. ¡Para nada soy como ese cobrador de impuestos! 12 ayuno dos veces a la semana y te doy el diezmo de mis ingresos”.


Lo que implica es que el fariseo quería distanciarse de los sucios pecadores a su alrededor. Él se considera superior y por lo tanto, quiere separarse físicamente de aquellos a quienes el considera “impuros”. Pero no es tanto una oración sino una lista de todas las personas que no están en su circulo de ganadores. Y el es bastante especifico: Ladrones, injustos, adúlteros, y por supuesto, los cobradores de impuestos, a quienes se consideraba como lo más bajo de lo bajo en su sociedad. Ahora bien, esta lista no debería parecerte muy extraña puesto que tu también tienes una lista o ¿no?, todos tenemos una lista inédita en nuestros corazones de las personas que, al compararnos con ellas nos creemos mejores. No hablamos de la lista públicamente, pero la realidad es que la lista esta causando un tremendo daño a nuestra habilidad de vivir con otras personas.


 Por lo general los pecados que exhibimos o no toleramos en los demás, son aquellos pecados con los cuales personalmente no luchamos mucho. ¿Sabes que pecados considero que son los mas despreciables para el corazón de Dios? Aquellos que normalmente no cometo, los que si cometo esos son perdonados, así es como muchos piensan a la hora de emitir un juicio sobre otros. Aquellos que simplemente no me tientan, o aquellos a que los que temo tanto no los admito. Esos son los pecados en mi lista, esos son contra los que hago campaña de juicio y critica en otros. Por ejemplo:


  • Esta bien ser orgulloso, egoísta, mentiroso, chismoso, murmurador, mientras no seas homosexual.
  • Esta bien no perdonar, ni pedirle perdón a los demás, ofender, maltratar, mantenerte lleno de enojo, vivir amargado mientras no practiques el aborto.
  • Esta bien que no ames a Dios, ser impuntual, no ser honesto, no pagar deudas mientras no bebas.


Estas listas de pecados selectivos, y de orgullo, y de actitudes criticas que las acompañan son, a fin de cuentas, destructivas para nuestro crecimiento espiritual, pecado es pecado dejar de clasificarlo. Pero sigamos con la historia de el fariseo y el publicano: 


Lucas 18:13-14

13 »En cambio, el cobrador de impuestos se quedó a la distancia y ni siquiera se atrevía a levantar la mirada al cielo mientras oraba, sino que golpeó su pecho en señal de dolor mientras decía: “Oh Dios, ten compasión de mí, porque soy un pecador”. 14 Les digo que fue este pecador—y no el fariseo—quien regresó a su casa justificado delante de Dios. Pues los que se exaltan a sí mismos serán humillados, y los que se humillan serán exaltados».


¿Cuál de los dos crees que tiene una mejor oportunidad de acercarse a Dios y ayudar a los demás?


Seamos sinceros. Estos momentos de autentica rendición, como los que habla Jesús sobre el cobrador de impuestos, parece ser poco comunes en la iglesia hoy día. ¿Y porque pasa esto? Una falacia que muchos hemos adoptados es que cuando te conviertes en cristiano, necesitas por lo menos aparentar que todo esta en orden. Un escritor dijo: “Queremos que traigas tu biblia, pero no tus problemas”. ¿No es triste que nos interesa mas lo que hacemos que lo que estamos viviendo internamente? Trae tu biblia, trae tu religión, trae tu mascara de falsa santidad, luce bonito. Pero, sin importar lo que pase, no seas un llorón. No hagas preguntas, no seas un dolor de cabeza, no seas una carga. Nunca sabremos que habría pasado si las personas hubieran sido capaces de abrir sus vidas lo suficiente para escuchar o para decir como se sienten y los fracasos que están enfrentando. 


El Apóstol Pablo nos ofrece un cuadro conmovedor de como debe lucir una comunidad cristiana, cuando escribe: 


Gálatas 6:2

2 ayúdense a llevar los unos las cargas de los otros, y obedezcan de esa manera la ley de Cristo. 3 Si te crees demasiado importante para ayudar a alguien, solo te engañas a ti mismo. No eres tan importante.


Tenemos que llegar a un punto en el que superemos nuestro orgullo y dejar de pretender ser mejores que los demás, necesitamos recordar que necesitamos misericordia, perdón y gracia de Dios todos los días. Muchas de nuestras experiencias en la iglesia, nos llevaron a perseguir una “falsa santidad” y tener una actitud de “perfectos“con una dosis pesada de arrogancia, juicio, señalando a los demás, reglas que nos inventamos y títulos para que nos respeten con un énfasis en el comportamiento, mas que un corazón transformado. La verdadera santidad, reconocer que solo no puedes, reconocer tus debilidades y trabajar día a día en ellos, sabiendo que El amor de Dios no te soltara en esa lucha constante. ¡TODOS necesitamos Misericordia, Salvación y Gracia! (Lee: Romanos 7:24-25)


¡Dejemos las máscaras y seamos auténticos!


*basado en el libro Plan B de Pete Wilson